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La Democracia fingida

La Democracia contemporánea mantiene formas, procedimientos y liturgias; proclama sus originales e identitarios ideales, pero sin embargo, en su esencia, ha devenido en una versión deslucida, pá...

La Democracia fingida

La Democracia contemporánea mantiene formas, procedimientos y liturgias; proclama sus originales e identitarios ideales, pero sin embargo, en su esencia, ha devenido en una versión deslucida, pá...

La Democracia contemporánea mantiene formas, procedimientos y liturgias; proclama sus originales e identitarios ideales, pero sin embargo, en su esencia, ha devenido en una versión deslucida, pálida y sobre todo, falsaria de la promesa que alguna vez encarnó. Se ha vuelto una burocracia sin alma.

Sucede que, -y aquí el que es para mí el motivo fundamental de su enviciamiento- a pesar de la invocación repetida al interés general, en la realidad, predominan un día sí y otro también, intereses particulares y privados, específicos y concretos, alejados del propósito fundante en el bien común. Es el interés general, el que procura el bien común, el fundamento que sostiene una Democracia auténtica y sin él, lo que hay es, tan solo un espejismo.

Algunos han denominado a este fenómeno de deterioro como "fatiga democrática" e incluso conceptualizan en una nueva versión: "posdemocracia". Pero con ello se busca explicar los efectos que se perciben, cuando lo relevante son las causas que lo provocan. La causa está en el vaciamiento de la esencia fundante.

Hay allí una doble fuente. No son solo los arrebatos individuales de descarriados que se alejan de aquel propósito fundante, sino que, el problema se agrava cuando las organizaciones intermedias -como partidos, sindicatos, academia, medios-, lejos de actuar como puentes entre el Estado y la sociedad, se convierten en guardianes de trincheras.

Los representantes políticos priorizan muchas veces sus propios intereses, a los votantes; la suerte del Partido a la suerte del conjunto, haciendo de la Política un mercado de favores y pactos de poder.

Pero el problema es que no estamos en un proceso exclusivo de la Política. Así, por ejemplo, la Academia, que debería fomentar el pensamiento crítico, a menudo se convierte en una trinchera ideológica. El periodismo, en lugar de fiscalizar al poder con objetividad, se alinea con agendas políticas. La Justicia, último bastión de equidad, se politiza y pierde independencia. Incluso la “Cultura”, que debería reflejar la diversidad social, es transformada en vehículo de adoctrinamiento.

Con todo ello, el desdibujamiento de los roles primordiales de cada uno de los agentes del sistema, erosiona a la totalidad.

Claro está, quienes mayor responsabilidad tienen son los políticos y los Partidos, porque en ellos reposa el deber de salvaguarda del interés general. Todos los demás sujetos tienen derecho a custodiar otros intereses, pero, lo que sostengo, es que incluso desde la defensa de intereses particulares, deberían preservar sus propósitos naturales, y no subvertirlos en otros que respondan a una agenda distinta al que fue su causa de origen.

Cuando esta distorsión de objetivos se alinea, el resultado es que la sociedad se fragmenta, y en lugar de trabajar por un proyecto colectivo, cada grupo lucha por su cuota parte de poder.

La Democracia deja de ser un espacio de debate para convertirse en un teatro de apariencias, donde no se argumenta para persuadir, sino para dividir; no se busca la verdad y sí la reafirmación de posiciones previas. No se busca convencer con razones y sí seducir con ficciones; no se pretende argumentar, sino encapsular la realidad en discursos que dividen y simplifican. Se crean burbujas ideológicas donde la polarización no es un accidente, sino un recurso deliberado que desconoce el interés general.

Pero este deterioro no es irreversible. Se debe acudir a una misión de regeneración donde se recupere la visión preferente y tributaria al bien común. Allí la ciudadanía debe asumir un rol activo y consciente, exigiendo que todos los protagonistas actúen volviendo a la fuente, al interés general.

La Democracia no es un regalo; es una conquista que debe defenderse cada día con compromiso, valentía y responsabilidad. Solo se requiere una cosa: fidelidad a su propósito.

Fuente: https://www.elobservador.com.uy/opinion/la-democracia-fingida-n5992606

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