
Rocha, uno de los departamentos con la tasa más alta de suicidios del país: una tragedia silenciosa que no da tregua
Nuestro departamento se encuentra en una lista que duele.
Según datos recientes del Ministerio del Interior, en 2024 se consumaron 28 suicidios en el departamento. Una cifra apenas por encima del año anterior, pero que reafirma una constante preocupante: Rocha se encuentra en los primeros lugares junto a Treinta y Tres y Río Negro, ( las tasas de suicidios más altas del país), con 34,9 casos cada 100.000 habitantes, y un índice aún más alto en varones, que asciende a 53,9 por cada 100.000.
Los datos oficiales, elaborados por la División de Estadísticas y Análisis Estratégico de la cartera del Interior, muestra cómo año a año esta problemática golpea con fuerza al territorio rochense, en localidades grandes y pequeñas por igual.

Lo más crudo es que, detrás de los números, hay vidas, historias truncas y un entramado social que parece no tener respuesta suficiente.
Silencios que duelen más que el ruido
En los mapas del Uruguay profundo, hay puntos que no figuran en las estadísticas oficiales, pero laten en cada silencio. El departamento de Rocha —turístico en temporada, silenciado en invierno— viene acumulando una carga invisible: el drama persistente del suicidio.
A contramano de la imagen que suelen vender las postales, la vida cotidiana en las pequeñas localidades se asfixia entre la falta de oportunidades, el desempleo estructural, la migración forzada de jóvenes, y una salud mental relegada a la buena voluntad. Castillos, una ciudad que conoce bien este desgaste social, había logrado revertir una tendencia que parecía irreversible.
Entre 2017 y 2022, la psicóloga Paola Fernández lideró un proceso comunitario de prevención del suicidio en la localidad. El trabajo sostenido, silencioso y muchas veces solitario, dio frutos: “Castillos dejó de ser hace tiempo la ciudad con más suicidios del Uruguay”, afirmó Fernández en diálogo con Rochaaldia.com, Las cifras lo respaldaban. Entre 2018 y 2022, los casos descendieron de forma progresiva.
Sin embargo, esa construcción se vino abajo como un castillo de naipes. En 2023 y 2024 los suicidios volvieron a aumentar. La profesional ya no estaba, el equipo fue desmantelado y la comunidad quedó sin respuestas. Nadie asumió el vacío. No hubo continuidad ni recursos ni una política departamental que garantizara la permanencia del trabajo iniciado.
Hoy, Castillos vuelve a sonar fuerte en las estadísticas. Pero más fuerte resuenan las ausencias: de políticas públicas sostenidas, de equipos estables, de voluntad institucional. Lo que se había ganado con cercanía, escucha y presencia, se perdió en la indiferencia.
Mientras tanto, los nombres no aparecen en los titulares. Aparecen en las familias rotas, y en los jóvenes que aprenden a callar.
Una estrategia nacional que llega con la urgencia del atraso
En los últimos días, el Ministerio de Salud Pública presentó ante el Parlamento la Estrategia Nacional de Salud Mental 2025–2030, en el marco de la Comisión Especial de Seguimiento de la problemática y la Ley 19.529. El documento, al que accedió Rochaaldia.com, propone siete grandes líneas de acción, que van desde el fortalecimiento de la rectoría pública hasta la generación de un sistema nacional de información en salud mental.
Entre los objetivos explícitos se encuentra “promover acciones desde el sector salud para disminuir la incidencia del suicidio en Uruguay”, así como “impulsar programas para poblaciones vulnerables y fortalecer la atención desde el modelo comunitario”.
Pero el interrogante sigue vigente: ¿llegará esa estrategia a tiempo y con recursos suficientes para revertir lo que en Rocha ya es una constante de años?
Una realidad que se encarna en hombres
El enfoque de género también merece su subrayado. Las cifras del MSP revelan una diferencia marcada entre hombres y mujeres: 33,2 suicidios por cada 100.000 varones, contra 10,1 en mujeres a nivel país. En Rocha, esa brecha se ensancha brutalmente, y más del 80% de los casos fatales corresponden a hombres.
La masculinidad tradicional, muchas veces asociada al silencio emocional, al aislamiento o a la falta de contención afectiva, juega un papel clave en esta tragedia. ¿Dónde están los espacios para que los varones pidan ayuda? ¿Qué lugar tiene la salud mental en el universo masculino rural, fronterizo, laboralmente precario?
El costo de la indiferencia
El MSP habla de intersectorialidad, de planes departamentales y de acciones comunitarias. Pero en Rocha, los equipos de salud mental siguen siendo escasos, los psicólogos itinerantes y la red de apoyo social débil. Las familias quedan muchas veces solas, enfrentando un dolor para el cual ni el sistema ni la comunidad parecen preparados.
Las cifras del Ministerio del Interior no hacen otra cosa que poner en evidencia lo que desde hace años se sabe pero no se aborda con profundidad: que Rocha necesita una política pública urgente, real y sostenida en salud mental, que no se agote en diagnósticos ni en promesas parlamentarias. Porque mientras los informes se acumulan en escritorios, la vida se escapa en silencio, sin titulares, sin campañas, sin abrazos a tiempo.
Cuando el silencio se mezcla con la precariedad
Más allá de las cifras, los suicidios en Rocha deben leerse como un síntoma de algo más profundo. El departamento combina altos niveles de desocupación, informalidad laboral, baja densidad de servicios sociales y un sistema de salud mental frágil. En muchos hogares, los ingresos son estacionales y dependen del turismo o del trabajo rural, con escasas oportunidades de desarrollo profesional, especialmente para jóvenes.
A esto se suma una geografía dispersa, que profundiza el aislamiento emocional y territorial de muchas localidades del interior. En zonas como, Velázquez o San Luis al Medio, el acceso a un psicólogo o psiquiatra puede implicar traslados largos, costos imposibles o simplemente la inexistencia de recursos humanos.
Por otro lado, Rocha carga con una cultura del silencio, donde los problemas emocionales o mentales todavía se viven con vergüenza, especialmente entre los hombres. La masculinidad, endurecida por generaciones, no suele habilitar el pedido de ayuda. El resultado: soledad, consumo problemático de alcohol y drogas, violencia intrafamiliar y, en los casos más extremos, la autoeliminación.
La falta de políticas públicas sostenidas, centros de atención en salud mental con equipos estables, y programas comunitarios con base territorial, terminan por cerrar un círculo donde los números no bajan porque los abordajes no llegan.
Romper con esta lógica implica más que buenas intenciones: requiere presupuesto, formación, redes de contención reales y un cambio cultural que permita hablar del dolor sin miedo, sin estigma y con herramientas para evitar que se convierta en tragedia.