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Oriunda de Treinta y Tres, María Rodríguez Rado soñó desde que era una niña con ser médica, lo que la llevó a abandonar su hogar a los 17 años para mudarse a Montevideo. Allí, en un entorno completamente diferente, comenzó a forjar su futuro, enfrentando las dificultades de estudiar y vivir sola.

"Me fui a Montevideo con el concepto de que allí iba a tener una mejor preparación para poder entrar a la Universidad de la República", recordó en entrevista con El Observador.

Pasó el liceo, llegó a la Facultad y logró cumplir su sueño de estudiar Medicina, especializándose después como médica infectóloga, un campo de la salud dedicado al estudio, diagnóstico, tratamiento y prevención de enfermedades derivadas de agentes infecciosos como los virus, bacterias, hongos o parásitos.

"Siempre me encantó esa interacción del ser humano con el medio ambiente y con los diferentes seres vivos, tanto los que eran animales, como también los virus, las bacterias, los hongos y protozoarios", dijo.

A esto, María le sumó después su interés por encontrar la cura a las diversas enfermedades que atacaban a la gente y así "cortar las cadenas de transmisión".

La llegada a Médicos Sin Fronteras y sus primeras experiencias humanitarias

Finalizada su etapa como estudiante de medicina, María decidió acercarse a Médicos Sin Fronteras (MSF), para intentar cumplir su sueño de "llevar la medicina a las partes más vulnerables". "Intenté vincularme mandando mi currículum, pero se me explicó que necesitaba otro tipo de formación, una especialidad", dijo.

Pese a la negativa, decidió continuar sus estudios, se especializó en infectología y luego, mientras se encontraba en Barcelona haciendo su posgrado, se encontró de "casualidad" con las oficinas de Médicos Sin Fronteras. "Ahí entré, y desde entonces ya no salí más, eso fue en 2004", recordó.

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Sede del MSF en Barcelona (España)

MSF

En ese mismo año comenzó su primera misión en Kenia, donde no solo tuvo que adaptarse a un nuevo entorno cultural y lingüístico, sino que también tuvo que aprender el idioma local, el swahili.

El conocer esa lengua exótica le permitió abrir muchas puertas y así no solo tratar con los colegas locales, sino también con directores de hospitales y pacientes. Tras Kenia viajó a otros varios países de África, entre ellos Uganda o Sudán del Sur, lugar al que arribó antes de que existiera.

"Estuve allí en 2005, cuando se estaba organizando su independencia", reveló. En ese mismo año lograron su autonomía, sin embargo, no fueron reconocidos como país hasta el 2011, cuando se convirtió en el Estado soberano más joven del mundo.

"Tuve ese privilegio de vivir en Kajo Keji al sur del país casi nueve meses en el medio de la parte más rural y profunda de África", aseguró.

El Covid-19: un desafío global

La época del Covid-19, aquella donde millones de personas se quedaron encerradas en sus casas, María la vivió un "poco diferente" a ese "recuerdo del encierro", ya que cuando explotó la pandemia rápidamente pudo "salir" del país, poniendo rumbo a México, uno de los centros que "ranqueaba más altos en niveles de mortalidad en las Américas" y donde increíblemente "nunca" tuvo covid.

Allí, junto a varios compañeros, tuvo que levantar un hospital en una cancha de béisbol para que se pudiera descongestionar la ciudad de Tijuana, "que era una de las áreas más vulnerables y uno de los lugares de paso más grande del mundo, donde circulaba mucha población y estaba presente siempre un ida y vuelta del covid, con una mortalidad altísima".

"Terminamos dando atención desde abril a julio, que fue el período más duro de la pandemia, donde la mortalidad era imposible de controlar. En ese tiempo pudimos llevar adelante un proceso de descongestión del Hospital General de Tijuana. En el CTI del centro hacían pasar a los pacientes a una sala intermedia en el propio hospital, para luego derivarlos al nuestro con un sistema de ambulancia y ahí nosotros darles el aporte en oxígeno y todos los cuidados necesarios. Fue impresionante porque era tratar con el paciente que venía de estar severamente comprometido y a su vez con sus familiares que hacía días o semanas que no lo veían", dijo.

"Fue una experiencia muy gratificante, pero también muy dura. El ver morir gente de la forma que se moría era difícil y eso que venía de muchos contextos donde la mortalidad infantil era alta", agregó.

Tras esto, detalló cuál fue la imagen más dura que le quedó del covid en México: "El primer día allá los colegas del Ministerio de Salud de México en Tijuana me mostraron el estado de situación del Hospital General. Tuve que ir piso por piso mirando y ese fue uno de los momentos más duros. Era un hospital de cuatro pisos donde hasta las salas generales las habían acondicionado con oxígeno, donde las salas de emergencias, que tenían capacidad para 20 personas, tenían 60, 70 cada una. Todos sentados uno al lado del otro con conexiones de oxígeno improvisadas que habían colocado porque era la única forma que habían encontrado para aumentar la capacidad".

"Ver a los pacientes con falta de aire y verlos morir, es una de las situaciones más complejas que uno puede atravesar", afirmó.

Medicina en conflictos bélicos: su paso por Ucrania

Luego de múltiples pasos por diversas naciones de África y trabajar en primera línea en México contra el Covid-19, entre otros lugares, María asumió en 2023 uno de sus últimos trabajos, esta vez como coordinadora de respuesta médica en la zona este y sur de Ucrania, uno de los trabajos más complejos de su carrera.

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Personas procedentes de zonas de primera línea (Ucrania) llegando al centro de tránsito para desplazados internos de la región de Dnipropetrovsk

Julien Dewarichet/MSF

"Me tocó estar en el peor mes de Kiev en la guerra, que fue mayo del 2023. No me lo olvido más. Venía de estar en conflictos muy grandes en países de África y también en Medio Oriente, pero que no tenían este componente bélico y tecnológico tan grande donde como médicos teníamos que estar informados sobre el funcionamiento de los drones, los misiles, cómo debíamos movernos en el búnker o cómo protegernos ante amenazas", dijo y destacó que en este sentido la organización les brinda siempre "una serie de protocolos y reglas de seguridad" que los ayuda a poder enfrentar los "desafíos" que viven en el día a día.

"Mi experiencia en búnkeres fue en países de África o del Medio Oriente, donde te quedabas dos o tres días ahí abajo, y tenías la comida, el agua, el baño. Lo de Kiev no, era un refugio subterráneo en medio de una ciudad donde, cuando pasaba el misil, subías a tu casa y al otro día ibas a una panadería francesa o a un restaurante, o la ópera", continuó.

Esta situación, explicó, fue para ella "muy difícil de entenderla", ya que la gente, a pesar de estar en un país en plena guerra, se había "acostumbrado a vivir con eso".

"La gente de allá ha tenido que acostumbrarse a esa forma de vida, pero los que vamos de afuera no", señaló. "Es muy dura la adaptación. Es difícil el estar focalizado, el estar tratando de trabajar de médico cuando no dormís en toda la noche porque estás esperando la llegada del misil", apuntó.

En este sentido recordó su estadía próxima a las líneas de frente y lo difícil que era ver "las casas sin techos" o los hospitales "totalmente demolidos". "Es bastante duro", aseveró.

"El escuchar a la gente, sobre todo a los ancianos… Ninguno de ellos quería moverse. Y claro, cuando hablaba con ellos me decían: '¿a dónde me voy a ir, que hace 50, 60, 100 años estoy acá? Llevamos varias generaciones de familias que estamos acá'", contó y agregó que esa situación "hoy en día cambio", ya que de forma obligada tuvieron que moverse "con sus enfermedades crónicas a cuestas porque han estado mucho tiempo sin poder dar respuesta a sus tratamientos".

Para María, Ucrania representó un "peso físico y emocional muy grande", por todos los "riesgos y miedos que pasó", siendo además la coordinadora de equipo, teniendo no solo que sobrellevar su estado emocional, sino también "dar respuesta" a sus colegas, cuando "todo el mundo tenía miedo".

Sudán, la malnutrición y el levantamiento de un hospital

Por fuera de Ucrania, María recordó que otra de las misiones más complejas que tuvo que atravesar fue en Sudán, en la guerra de Darfur. "Fue una de esas guerras civiles tan tremendas que tuvo el país y que ahora vuelve a tener, con la caída de la ciudad de El Fasher".

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Puesto de atención médica de MSF en Tawila Umda para estabilizar a las personas recién llegadas de El Fasher

Natalia Romero Peñuela/MSF

Durante un año y medio, el grupo paramilitar Fuerzas de Apoyo Rápido ha mantenido un asedio constante contra el Ejército de Sudán en Darfur y en las últimas semanas anunció la captura del último reducto del ejército sudanés.

"En el Hospital de Tawila, un pequeño pueblo a 60 kilómetros de El Fasher, estamos viendo que las personas, luego de 500 días de asedio, pudieron huir a Tawila y están llegando al hospital con desnutrición tanto en niños como también adultos, algo que evidencia la severidad de la crisis", aseguró y explicó que durante la primera semana de noviembre el 35% de los niños que llegaron al centro médico tenían "malnutrición aguda severa", por un 37% en adultos.

"Darfur se volvió uno de los lugares más terroríficos del mundo. Un espacio donde se cometen las atrocidades más grandes, donde la ayuda no está llegando, donde necesitamos la ayuda internacional más presente, que se hable más, que se sepa lo que sucede no solamente en Darfur, sino en otras regiones también de Sudán que fue azotada por esta guerra", comentó y reveló que el conflicto en el país africano causó la caída del 70% de los hospitales.

Uno de esos centros que terminó "totalmente destruido" y sin funcionamiento fue el Hospital Al Nao en Omdurman, una de las ciudades más grandes de Sudán muy próxima a su capital Jartum. Ahora bien, la crítica situación no duró mucho.

"Gracias a la ayuda de Médicos Sin Fronteras, las comunidades locales y de médicos sudaneses pudimos reabrirlo, primero cuatro horas al día y luego con todos los servicios. Eso fue un gran triunfo", dijo.

La misión y el día después

En Médicos Sin Fronteras los especialistas cuentan con "diferentes tipos de contratos", dependiendo de la crisis que esté atravesando el país. Por ejemplo, hay vinculaciones de dos o tres meses para situaciones donde hay escenario bélico o "una epidemia donde los riesgos y el agotamiento de los trabajadores es muy alto".

"Como de tres meses tenés otros proyectos que nosotros le llamamos regulares, que son aquellos que no están enfrentados a una situación crítica, como puede ser un brote, una guerra o alguna situación de emergencias. Con los proyectos regulares podés tener un contrato de seis meses, nueve meses o un año. Luego que culmina todo ese período donde finaliza tu responsabilidad y tu compromiso con la organización, tú tenés un tiempo de descanso. Ese tiempo lo marcas tú. Pueden ser dos meses, tres meses, un año o al mes y volver", explicó Rodríguez.

Para María, es siempre fundamental que se respeten los tiempos de descanso, ya que si no se pueden acarrear varias "dificultades a nivel personal", al estar "saltando de un proyecto a otro, de una emergencia a otra", eso "puede ser muy dañino para la persona".

"Entonces, yo a mis colegas, lo que más le insisto es que luego de una misión se tomen su tiempo, que no piensen cuánto, que lo dejen un poco ahí en el día a día y que luego cuando ya se sientan más aptos puedan avisar que están prontos para ir a otro sitio", marcó.

En cuanto a los destinos de las misiones, mencionó que "por lo general" se va a aquellos lugares donde "más se necesita la ayuda", aunque si existen casos donde hay un "conocimiento previo del país, si conocen el sistema de salud o si ya has estado varias veces", puede haber excepciones por el "valor agregado" que puede dar esa persona.

Luego de terminar una misión viene siempre "una etapa de adaptación" para que los trabajadores puedan "reincorporarse" a sus vidas. Hay "recursos" disponibles tanto de "apoyo de psicólogos y personal experto" en caso de necesitarlo o si se lo solicita para la vuelta a la "vida normal".

"Muchas veces hemos necesitado estar bajo algún tratamiento de seguimiento. Me ha pasado a mí personalmente. Es una forma de ver la vida de otra forma. De dónde venimos no es la normalidad. Y eso es algo que es un riesgo grande que podamos correr. De pensar que lo que vemos y vivimos es la vida normal", reflexionó.

Los grandes desafíos y lo mejor del trabajo

Enfrentándose a contextos y situaciones complicados, Rodríguez sostuvo que lo más duro del trabajo para ella está en "no poder dar respuesta a todos".

"Las necesidades son tantas y tan intensas... No estamos hablando de una morbilidad que puede ser controlada o de una enfermedad, estamos hablando de mortalidad alta en niños", señaló apuntando a algunas contextos complejos existentes en Áfrcia.

Por fuera de esto, destacó que otro de los grandes desafíos está en el "cambio de paradigma" que ha atravesado la ayuda humanitaria "durante los últimos 10 años" y la escalada de la violencia contra los servicios médicos y sus pacientes por el simple hecho de "estar dando ayuda en un conflicto".

Pese a tener que atravesar este tipo de problemáticas, destacó el valor de las comunidades en las intervenciones de Médicos Sin Fronteras.

Para María, el hecho de que una comunidad se "mueva" y los "acepte" representa una de las "mejores cosas" del trabajo, ya que eso les ha permitido "dar respuesta a grandes desafíos" que han tenido.

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MSF con comunidades locales de Brasil

Marília Gurgel/MSF

"Me siento muy afortunada, he aprendido mucho con mis pacientes en estos 20 años de ayuda humanitaria", marcó y afirmó que gracias a MSF pudo llegar a lugares donde "pocas personas pueden llegar".

En este mismo tono humilde, reflexionó sobre su paso por la organización y señaló que aunque sabe qué ha hecho "muchísimas cosas", no se siente que haya sido "tanto". "Es parte de mi vocación. El servicio ha sido siempre parte de mi vida", aseguró.

Tras 20 años concurriendo a misiones, pasando de médica actuante hasta llegar a coordinadora de equipo, María asumió hoy una posición diferente como menotra, guiando y apoyando a las nuevas generaciones.

"Toda etapa tiene un límite y yo ya estoy en esa parte del límite y creo que el valor que yo tengo ahora es más del lado del apoyo a las nuevas generaciones que están entrando", cerró.