La comida que tiramos, el futuro que perdemos: una campaña nacional para cambiar hábitos y frenar el desperdicio
En Uruguay, el desperdicio de alimentos entra de lleno en la agenda pública. En el marco del Proyecto Gestión Integral de Residuos y Economía Circular, conocido como Girec, se lanzó una campaña nacional para reducir la comida que se tira en los hogares.
La iniciativa es fruto del trabajo conjunto entre la Unión Europea, el Ministerio de Ambiente y las 19 intendencias del país, y busca generar un cambio de hábitos desde lo cotidiano: comprar mejor, cocinar con conciencia y desechar menos.
La campaña subraya que cuando se desperdician alimentos también se pierden recursos clave como agua, energía y trabajo humano, además de generar costos económicos y ambientales evitables.
Desde Girec, el mensaje es claro: pequeños cambios hoy pueden construir un futuro más sostenible para todos.
En un mundo que produce alimentos suficientes para todos, pero desperdicia millones de toneladas cada año, la pregunta ya no es técnica sino ética. ¿Qué dice de una sociedad la forma en que gestiona lo que desecha? En Uruguay, esa pregunta empieza a ocupar un lugar central en la agenda pública a través del Proyecto Gestión Integral de Residuos y Economía Circular (Girec), que impulsa una campaña nacional orientada a reducir el desperdicio de alimentos y transformar hábitos cotidianos profundamente arraigados.
La iniciativa forma parte de un proceso más amplio de fortalecimiento institucional y sensibilización ciudadana que el proyecto Girec viene desarrollando en todo el país, en articulación con la Unión Europea, el Ministerio de Ambiente y las 19 intendencias departamentales. Un entramado poco habitual, pero estratégico, que busca alinear políticas públicas, gestión territorial y cambios culturales en torno a un mismo objetivo: avanzar hacia una economía circular real y efectiva.
Entre las acciones desplegadas, se destaca la producción de material audiovisual diseñado para llegar a los hogares, allí donde se toman las decisiones más simples y, a la vez, más determinantes: qué se compra, cuánto se cocina, qué se conserva y qué se tira. No se trata de grandes gestos, sino de rutinas diarias que, sumadas, tienen un impacto ambiental, económico y social considerable.
La campaña nacional para reducir el desperdicio de alimentos fue presentada el pasado 11 de diciembre, en el marco del cierre del Proyecto Girec, y se convirtió en uno de los hitos finales de una iniciativa que deja capacidad instalada y una hoja de ruta clara. El mensaje es directo: cuando se desperdicia comida, también se desperdician recursos invisibles, como el agua utilizada para producirla, la energía empleada en su transporte y conservación, y el trabajo humano que hay detrás de cada alimento.
El enfoque elegido evita el tono moralizante y apuesta a la conciencia informada. La campaña interpela desde lo cotidiano, mostrando que el desperdicio no es solo un problema ambiental, sino también una fuente de costos evitables para las familias y para el Estado. En tiempos de presión económica y crisis climática, tirar comida ya no es un gesto menor: es una contradicción estructural.
Lo relevante del proceso es que consolida una agenda común entre actores nacionales y locales, con respaldo internacional, basada en la cooperación y en la construcción de políticas públicas integradas. Ambiente, residuos y consumo responsable dejan de ser compartimentos estancos para convertirse en un mismo debate.
Desde Girec, el mensaje es claro y ambicioso: el cambio debe ser nacional, pero empieza en cada casa. Cada hábito que se modifica hoy —planificar compras, aprovechar sobras, entender fechas de vencimiento— contribuye a un mañana más sostenible. No como consigna abstracta, sino como política pública con impacto real.
Reducir el desperdicio de alimentos no es solo una cuestión de eficiencia. Es una forma de pensar el desarrollo, de redefinir el vínculo con los recursos y de asumir que el futuro también se construye con lo que decidimos no tirar.
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