Itzaé, la bebé que consiguió mamá adoptiva y la perdió a los nueve meses por errores del INAU y la Justicia
La bebé se despierta de golpe, apenas la bajan del taxi. Venía dormida, pegada al pecho su mamá adoptiva, con una de sus manos apretándole el brazo. Está a punto de cumplir los nueve meses pero ya tiene experiencia en esto: en pocos días, volverán a arrancarla de su lugar seguro.
En la puerta del edificio de Adopciones del INAU aparece, casi al mismo tiempo, el tío biológico y su esposa, la tía política, a quienes Itzaé vio apenas unas veces en sus primeros meses de vida. Ahora, de repente, era el cuarto día seguido en que se daba este encuentro. Esta es la segunda etapa de transición: varios días seguidos, más horas.
El tío biológico y su esposa parecen, a todas luces, un sonajero andante. Están emocionados y se nota: pronto se la llevarán a casa.
Ella, Itzaé, los mira alerta.
Ajó, tití, qui pashó, bebé, ajó. Los sonidos que salen de la boca de su tío biológico con una voz forzadamente aguda se repiten acompañados de moniquetas, de ojos que se achican y se arrugan, de un cuerpo entero que se esconde y aparece de golpe, en un intento desesperado por captar la atención de la bebé. La tía política acompaña extendiendo las últimas vocales de cada palabra destinada a la criatura: ajóóó, titííí, holaaa, bebééé, qui pashóóó. Le sonríen, la celebran, ponen todo de sí en la conquista.
Itzaé, a su ritmo, intenta entender qué fue lo que la sacó del sueño y la puso, de repente, en este nuevo escenario.
Esta vez, los tíos se prepararon: trajeron un cochecito con juguetes colgando, una bolsa entera de pañales, fruta, por si pide; leche, por si pide. El plan es llevarla a pasear a la placita un rato, a ver a los pipí, que ayer le habían gustado tanto.
La mamá adoptiva de Itzaé entra en la salita de Adopciones con la niña en brazos —todavía no camina, pero ya se para con fuerza— y la asistente social que acompaña los encuentros se adelanta a agarrar a la bebé.
—Yo quiero lo mejor para ella. Tenemos que hablar de lo de ayer —dice la mamá adoptiva de Itzaé, mientras es empujada sutilmente hacia afuera de la salita, ya sin su hija.
—Ayer fue imposible —asiente la psicóloga del INAU, mientras van caminando hacia el pasillo para dejar a los tíos solos con su sobrina, y que puedan, por fin, empezar con un vínculo hasta ahora inexistente.
Fue imposible, dice la psicóloga, porque la bebé lloraba a gritos apenas se daba cuenta de que su mamá no estaba en la habitación. Gritos largos, que salían de lo más profundo de sus pulmones y rebotaban en todas las paredes de la sala, hasta atravesar la puerta, hasta avanzar como un cohete expreso por el pasillo y dar justo en el corazón de su mamá adoptiva. Que se estruja, se impacienta, pero sigue esperando afuera.
—No llores, mimosita —intenta calmarla la tía política.
—Capaz que podemos pensar en la frutita, como habíamos hablado la otra vez. No sé si ustedes habían traído algo… —recomienda la asistente social que acompaña el proceso. Intenta bajar la tensión desatada por el llanto desconsolado de la bebé.
—No, porque como ya habíamos quedado que íbamos a traer mañana... Como no era el día ni el horario, dijimos: ta, respetamos el itinerario —responde la tía.
—Igual, si se puede traer, se trae del súper… —sugiere el tío biológico, en un esfuerzo por mostrar toda su disposición a colaborar.
La cuestión es que la bebé solo deja de gritar en el momento exacto en que la sacan de la habitación con sus tíos y la llevan, de vuelta, al pasillo, al encuentro con su mamá, que saca de un bolso un tupper con puré de frutas y la cucharita de siempre.
—¡Ay! ¡Qué rica la fruta, eso sí me gusta, hmmm, qué rico, qué delicia! —le celebra a Itzaé la tía política, mientras le da el puré en la boca, avioncito mediante, con la bebé sentada en la falda de su mamá adoptiva.
Pero algo en todo eso a Itzaé le resulta extraño. La bebé no habla, pero entiende.
Entonces vuelve a largar el llanto.
—Está acá, no se va Ana, está acá, mirá —pretende calmarla la tía. No dice “mamá está acá”. La llama por su nombre: la que está acá, ahora es Ana. Dejó repentinamente de ser ese sustantivo, esa persona sustantiva que había sido hasta ahora.
Está claro, sin embargo, que en esas palabras hay engaño. Porque la mamá está ahí, pero no estará más. Desaparecerá de golpe.
Al día siguiente, en el mismo pasillo, la psicóloga del INAU habla de cómo será el cronograma de ese día. Habla de que hay que seguir con el proceso de desapego. Es la misma mujer que hacía más de un semestre la había llamado para decirle que tenía una historia para presentarle, después de tres años de espera como aspirante a adoptar. Es la misma psicóloga que, unos días después de que Itzaé se fuera a su nueva casa, le enviaba un mensaje para decirle: ¡Felicitaciones, mamá!
Cronograma para arrancar a una bebé de una familia y depositarla en otra, etapa dos, día dos: visita más temprano, para que los tíos puedan alimentarla y hacerla dormir la siesta. Se encuentran, caminan, van al parque. La mamá adoptiva desaparece de escena.
Apenas salen del edificio de Adopciones, ya en la vereda, la tía política intenta abrochar a la bebé en el cochecito que trajeron a la visita. Itzaé mira incrédula, todavía confundida, con sus ojos grandes, atentos. La mujer sigue peleando con el cinturón del coche.
La bebé se impacienta.
El tío le hace moniquetas.
La tía pelea con el cinturón del coche.
El tío prueba con los sonidos: ajó, tití, ajó, qui pashó, ajó, ajó.
—¡Es que son muy cortos! —se frustra la mujer y desiste de abrocharla.
Itzaé, abrumada, se larga otra vez a llorar.
Es entonces cuando la asistente social del INAU que los acompaña al paseo la agarra otra vez en brazos y se la pasa al tío, que insiste con captar su atención con el desesperado cotillón que tiene a su alcance, mientras se alejan caminando hacia el puerto.
El primer desarraigo de ItzaéEl enjambre en el que está metida Itzaé tiene su origen apenas abrió los ojos. El embarazo estaba a término, aunque nada había sido preparado para su llegada. Nació sin asistencia y sin un solo control perinatal. Se desarrolló en la panza mientras la gestante seguía con problemas de adicción, con sus problemas de salud mental, también, sin tratamiento. En esa casa vivía su abuelo materno, adicto al alcohol.
Nada alrededor de Itzaé tenía tratamiento. No era esa una casa para que creciera nadie. Ni ella, ni sus tres hermanos que habían nacido antes.
El menor de los tres primeros quedó a cargo de su padre biológico con apenas meses de vida, después de una orden judicial que le sacó la tenencia a la mujer. El del medio y el mayor fueron a parar a un centro de protección 24 horas durante unos meses, después de denuncias anónimas en la Línea Azul del INAU. Los niños no iban a la escuela y tampoco iban al médico, por lo que otra orden judicial también le sacó la tenencia a la madre. Ahora, hace ya algunos meses fueron entregados a su tío biológico, que tiene otro hijo con su esposa, que tiene otro hijo, a su vez, que vive en otra casa.
Así de enredado es todo y ahora, con la llegada de Itzaé, la historia parece repetirse. Madres que no tienen a sus hijos, hijos que pasan a otras manos.
Cuando Itzaé llegó al hospital, los asistentes sociales del Pereira Rossell hicieron el informe que daba cuenta de que la recién nacida tenía todos sus derechos vulnerados. Estuvo casi un mes en la Fundación Canguro, que se encarga de dar atención a los bebés que quedan desamparados mientras el Estado busca un destino definitivo para ellos. Son bebés que están a la espera de que alguien los rescate.
Allí, en Canguro, Itzaé estuvo casi un mes. Nadie la visitó. Nadie llamó para preguntar nada.
El informe del departamento social del Pereira Rossell dice: no se identifican otros familiares afectivos y protectores. Ha transcurrido la internación sin acompañamiento. No surgen otros familiares de la recién nacida, a excepción de su progenitora.
El informe de Salud Mental del hospital dice: la progenitora no tiene conciencia del consumo problemático de drogas, ni de la negligencia en el cuidado de sus hijos. Niega consumo durante el embarazo, pero test de orina al ingreso da positivo a cocaína.
El 25 de marzo, cuando Itzaé todavía no tenía un mes de nacida, la jueza de Familia Lilián Elhorriburu dictaminó lo que se determina en estos casos, según el orden que establece el Código de la Niñez: dispónese la incorporación provisoria e inmediata de Itzaé a una familia seleccionada por el departamento de Adopciones inscrita en el Registro Único de Adoptantes, siempre que no exista familiar que pueda ser referente.
Bienvenida a quien le tocara ser la nueva familia de Itzaé.
Itzaé: regalo de los diosesLa suerte hizo que el teléfono que sonara fuera el de esta mamá adoptante, que hacía tres años había empezado el proceso para formar una nueva familia.
—Tenemos una historia para presentarte.
Atrás quedó un posible viaje, otra posible vida. Todo estaba detenido a la espera de ese llamado que acababa de suceder.
Al otro día, le contaron sobre Itzaé. Madre biológica, adicta; abuelo materno, alcohólico; padre, no hay datos. Tres hermanos, dos a cargo de un tío. Sin visitas durante su primer mes de vida.
La historia clínica que le leyeron la psicóloga y la asistente social del INAU era la de un varón, pero le aseguraban que, en realidad, se trataba de una nena. En 24 horas tenía que decidir si la aceptaba.
Mientras se iba con toda esa información en la cabeza, la mujer en proceso de adopción llamó por teléfono a la misma dupla de seguimiento:
—¿Es nena o es varón?
—Es nena —le confirmaron.
Al día siguiente volvió a llamar. El INAU necesitaba una respuesta por sí o por no. Si se la llevaba a casa o la dejaba para otra familia del Registro Único de Adoptantes.
—¿No tuvo visitas durante todo este tiempo?
—No —le insistieron.
—¿Y es nena, no?
—Sí, es nena —volvieron a decirle.
Así fue la llegada de Itzaé.
Itzaé: regalo de los dioses, decían los charrúas.
Tres días después, la novel mamá fue al Pereira Rossell a buscar a quien, en apenas horas, se convertiría en su hija. En la Fundación Canguro firmó la tenencia administrativa, que ya tenía estampada la autorización del director de Adopciones, Darío Moreira. Pasado el mediodía, la emoción era tan grande que en el hospital se olvidaron de darle la tetina de la mamadera. Un descuido con solución: la nueva mamá paró en la mitad del recorrido para comprar otra y poder alimentarla en el camino, si fuera necesario.
Desde el INAU, enviaron el mensaje a la Justicia dando las buenas nuevas: Itzaé ya estaba en manos de su madre adoptiva. Ella, la nueva mamá, fue seleccionada por su capacidad para dar respuesta a las necesidades de esta niña. Se pudo constatar que respeta los derechos de la niña en general, así como el derecho de conocer su origen. Cuenta con una fuerte red sociofamiliar que acompaña su proyecto de familia, ocupando Itzaé un lugar reconocido en la misma. Se consideró que esta familia es la adecuada para ella. Le estampó la firma, otra vez, el director de Adopciones, Darío Moreira. El informe fue al despacho de la jueza.
Cuando madre e hija llegaron a la casa, ya eran una familia de dos. Todo se había dado de golpe y no había casi nada: ni cuna, ni ropa. ¿Ya podía llamarla hija? En los tres años que se preparó para ser madre adoptante, más de una vez escuchó a las psicólogas y asistentes sociales insistir con esto: desde el momento en que llega a tu vida, es tu hija.
La mamá, ahora, hacía lo que toda madre: controlaba que su panza subiera y bajara a un ritmo suave y constante. Confirmado: la bebé descansaba.
Al otro día llegó la ayuda. La abuela adoptiva se instaló en la casa. Llegaron también los regalos de amigos: el catre, la ropa, los juguetes. Todos querían conocer a Itzaé. Al lado vivía su nuevo tío adoptivo, con quien la bebé fue desarrollando un vínculo especial. Una vez que empezó a reconocerlo, le tiraba los brazos, se le agarraba con fuerza, se le dormía en el pecho.
No era una bebé que llorara, salvo por los cólicos de los primeros meses. Se dormía siempre en brazos de su mamá. Después seguía en la cuna.
Eso sí, siempre estaba alerta.
Se retorcía donde estuviera para poder ver quién era esa voz que había llegado, quién se le acercaba. Abría los ojos como faros ante cualquier ruido ajeno. Si era su mamá, la miraba y se volvía a dormir. Si estaba sentada, estiraba el cuello para ver qué pasaba.
Cuando veía que era la gata, se emocionaba. Kitty, su devoción.
—¡Ahh! —gritaba eufórica, y cuidado no le tirara de la cola y se quedara con un manojo de pelos en su puño apretado.
Los sábados, matronatación. Algunos días a la semana, CAIF con su mamá. En las noches, para relajarse y dormir, canciones de cuna.
Todo empezaba a tener un orden en la vida de Itzaé. Había un sentido.
Y entonces, otra vez, un giro: el tío biológico ya la estaba reclamando.
13de41f6-06a2-4da4-b2f6-afb748591d42 Soy el tío biológico, y quiero hacerme cargoLa mamá sabía, cuando se llevó a Itzaé a casa, que tendría que ir en algo más de un mes a una audiencia judicial de ratificación. La adopción siempre es provisoria, hasta que un día, que puede llegar varios años después, llega la tenencia definitiva. Es parte de la rutina, de un proceso que puede llevar varios años hasta completarse.
Unos días antes de la fecha estipulada, su dupla de seguimiento —psicóloga y la asistente social— le comunicó, en una de las visitas a su casa, que el tío, aquel que aparecía en los registros a cargo de dos de los tres hermanos de Itzaé, la estaba reclamando.
Y así lo hizo él cuando llegó el día de la audiencia judicial.
El informe de la Unidad de Derivación y Urgencias del INAU, realizado unos días antes de la audiencia, decía que habían ido dos veces a la casa de la madre biológica para pedirle a la mujer y al padre de ella que fueran al INAU, pero que no se presentaron. Intentaron una llamada telefónica, pero tampoco hubo respuesta. Decía que en el Sistema de Información para la Infancia (SIPI) había surgido que la bebé tenía dos hermanos que recibían acompañamiento de El Abrojo —una ONG que tiene convenio con el INAU— y que estaban bajo la tutela de su tío biológico, hermano de su mamá, quien a la vez se encontraba vinculado al INAU como familia extensa desde hacía varios meses. Decía, también, que en su visita a El Abrojo el tío había mencionado que no sabía de la existencia de una nueva sobrina hasta hace poco y que quería encargarse de ella. En El Abrojo dijeron, además, que el tío era una figura protectora para asumir los cuidados de su sobrina. Lo expresaron en otro documento, adjunto en la carpeta judicial, en donde recalcaban cómo sus otros dos sobrinos se habían adaptado bien al nuevo núcleo familiar.
Con esta antesala, a la mamá adoptiva le recomendaron desde el INAU no presentarse a la audiencia.
Ella fue igual. Y testificó: dijo que tenía intención de que Itzaé siguiera en contacto con su familia de origen, si así lo deseaban todos.
El tío biológico también testificó: dijo que desde que se enteró de la existencia de Itzaé, a través de su hermano, no ha parado de hacer averiguaciones hasta dar con ella. Su abogado defensor pidió que se iniciara una investigación en el INAU que determinara por qué se entregó a una niña tan pequeña sin seguir los protocolos ni los plazos perentorios.
El juez Sebastián Amore resolvió que todo siguiera como estaba hasta ahora: Itzaé seguía con su familia adoptiva, las partes se comprometían a encuentros para que la niña se vinculara con su familia de origen, y tenía que hacerse un examen social y psicológico para el tío que ahora la reclamaba.
La familia primeroCuando un bebé nace y se queda sin familia, su recorrido debería ser, según ordena el Código del Niño, bastante simple de entender: si tiene familia biológica con un vínculo significativo, tendrá prioridad para la tenencia. Si no hay, el bebé pasará a una familia del Registro Único de Adoptantes. Si no, irá a una familia de acogida —un programa del INAU que recibe a los niños de manera temporal— y, si nada de esto sucede, ese bebé terminará en el peor lugar posible: el orfanato, un “centro de protección” de 24 horas del INAU.
Sin embargo, la discusión empieza ya en las primeras líneas del artículo 132. Porque, ¿cuál sería el “vínculo significativo” de un bebé que acaba de nacer, y a quien nadie ha visitado desde entonces? ¿Un acompañamiento desde el embarazo, una voz que escuchó desde su gestación?
¿Y si no hay nada?
En el caso de Itzaé no había ningún familiar biológico con quien ella hubiera tenido ese vínculo significativo. En cambio, sí había desarrollado esa relación con su nueva familia adoptiva. De hecho, era la única que ella reconocía hasta ahora.
Incluso, hay voces en la academia que sostienen científicamente que quien cumple el rol de cuidadora, de madre, va desarrollando en la interacción con el recién nacido ciertas reacciones físicas, biológicas, en su organismo. Hormonas, movimientos sanguíneos. Se forma el “cerebro parental”, que hace que el adulto reaccione a las demandas del bebé.
Entonces, qué es ser familia biológica.
“La función biológica no es exclusiva de los que engendraron al bebé, sino que se puede medir en la actividad cerebral de los que lo criaron, aun cuando sean diferentes de los que lo engendraron”, dice el informe del médico neonatólogo José Luis Díaz Rosselló, docente y miembro de la Academia Nacional de Medicina.
Qué es ser madre, qué implica ser hija. Vuelven las palabras de la dupla que acompaña a las familias adoptantes: desde que van a casa, empiezan a ser madre e hija. Ahora, en cambio, le hablaban de desapego. De revinculación con familia de origen, con la que la bebé nunca se había vinculado.
Cuál es el interés superior de esta bebé. Qué hay de sus vínculos afectivos estables, de sus rutinas, del apego seguro, de dejar de ver, de un día para otro, a todos aquellos que había conocido hasta ahora.
Si se queda con su familia adoptiva, el amor se multiplica: los adoptantes están obligados a mantener vínculos con la familia de origen si ese es el deseo. Los tíos seguirán siendo tíos, los hermanos seguirán siendo hermanos. Si la bebé va con su familia de origen, el amor se fracciona, se rompe, deja un hueco inexplicable, inentendible. Habrá tíos, habrá hermanos. Pero quién hará de mamá.
Entre medio, días y días que pasaban sin noticias para las familias. La jueza Elhorriburu pidió, en un oficio tras otro, que el INAU informara si Itzaé estaba en condición de adoptabilidad. Dos semanas después, el INAU respondió con un informe de El Abrojo, pero que no tenía la respuesta que la jueza buscaba. En cambio, decía: se sugiere continuar y profundizar el vínculo de la niña con su familia de origen y realizar lo antes posible la pericia al tío biológico, para dirimir si la bebé puede integrarse al núcleo familiar con sus hermanos.
Tres semanas más, la jueza Elhorriburu volvió a insistir: que INAU informe expresamente si la niña tenía, o no, condición de adoptabilidad. Unas semanas más tarde, de nuevo: INAU, por favor, informe.
Los documentos de un lado y del otro de la batalla judicial engordaron la carpeta de la jueza de Familia que, cuando Itzaé ya empezaba a balbucear mam-am, por fin tomó una decisión. La misma que había decidido darle la condición de adoptabilidad a Itzaé y había ordenado que fuera a una familia del RUA, ahora cambiaba de idea: en el fallo de primera instancia, la niña tenía que ir con su tío biológico, porque tenía que estar con sus hermanos, porque ese era un entorno familiar seguro y protector. Ah: y que se cumpliera con la pericia psicológica al tío, que seguía sin hacerse.
Ahora sí, empieza el cronograma de entrega.
Definitivamente noDónde estuvo el primer error, el primer mensaje malinterpretado en todo esto, es el único punto en que todas las partes interesadas coinciden: por qué el INAU informó que Itzaé no tenía referentes en su familia biológica, si ya sabía que un tío y dos hermanos estaban en seguimiento con la institución. Esto aparece en todos los descargos que se presentaron en la apelación: la mamá adoptiva de Itzaé, el tío, la abogada defensora de la bebé. Por qué no contactaron a los tíos antes de firmar la tenencia administrativa a otra familia.
El tema era, ahora, cómo se resolvía aquello.
La mamá adoptiva argumenta: el INAU no presentó los informes en los plazos legales, el fallo judicial de primera instancia es el resultado de errores, omisiones administrativas, hubo un cambio de carátula en el proceso judicial que pasó de “adopción” a “vulneración de derechos”. Pero, sobre todo, dice: “En todo este tiempo que ha durado el proceso nadie preguntó cómo se encuentra Itzaé, ¿qué le gusta? ¿cómo está su salud?, ¿cómo viene creciendo? Itzaé hoy es una niña feliz, me reconoce como su mamá, como la persona que está a su lado en forma constante y presente, que le brinda toda la atención y amor, en quien confía, en quien se siente segura, a quien busca con la mirada o extendiendo sus brazos ante lo desconocido, buscando refugio. En mis brazos se duerme, tranquila, en paz, sin temores ni sobresaltos”.
Ninguna de esas palabras, sin embargo, logró tocar el corazón del Tribunal de Apelaciones, que le dio la razón al fallo de primera instancia: Itzaé debía quedarse con su tío biológico.
La confirmación, firmada por María Elena Emmenengger y María Noel Tonarelli de Pena, dice que la resolución inicial de la jueza Elhorriburu, al darla a una familia adoptante, “fue prematura y desajustada a derecho”, que “se violó el orden preferencial dispuesto por la norma y ello no se revirtió en forma inmediata al recibir los informes del INAU que daban cuenta de la existencia de un referente familiar adecuado para hacerse cargo de la niña”.
A Itzaé se la privó de conocer y vincularse con sus tíos, a convivir con sus hermanos, pese a que el INAU había dado buenas coordenadas sobre la familia biológica, dice el fallo. Y dice, también: no se cumplió con la obligación de indagar respecto de la familia extensa y en forma por demás precipitada se dispuso la inserción en una familia del RUA.
Y dice: Itzaé no tiene lazos con su familia biológica porque no se le dio la oportunidad.
La niña, escribieron las dos ministras del tribunal, tiene derecho a crecer en el seno de su familia biológica, preservando su derecho a la identidad y a la pertenencia a ese núcleo en compañía de sus hermanos.
193057f1-14e0-446b-a2a4-8170ea6dc031 Familias adoptantes, de pasoEl periplo —el descuido, el desamparo— de Itzaé no fue un error involuntario, una decisión mal tomada, una pericia no hecha a tiempo. Florencia Cremonese, fundadora del podcast Hijos del sistema, también adoptó. Y, también, tuvo que dar la batalla para quedarse con sus hijos después de varios meses de haberlos convertido en su familia. Lo que pasaba era que la madre biológica los reclamaba. Fueron a visitas en Adopciones, igual que Itzaé. Vivieron las mismas escenas extrañas, las mismas torpezas. La diferencia fue que la batalla judicial la ganó. Otra madre adoptiva pasó por lo mismo, pero a diferencia de lo que pasó con Cremonese, al hijo lo perdió: tiró más la sangre. Y otro caso de una mamá adoptiva en Treinta y Tres, que también lo perdió: tiró más la sangre. Su historia la cuenta en el libro Ausencia presente. Y otra mamá adoptiva dio la batalla, y la ganó: aunque el INAU hacía informes favorables a su familia biológica, la familia biológica no estaba interesada en hacerse cargo. Y hay otra mamá adoptiva, que sigue dando la batalla.
Y hay otra batalla a punto de suceder.
Incluso antes de que la Justicia emitiera su primer fallo, el INAU reconocía, como si nada, que entregaba niños en adopción sin conocer sus historias, sin saber realmente si tenían familiares biológicos que pudieran hacerse cargo. La culpa, dicen en el INAU, es de la Justicia.
—El único vínculo significativo que tiene mi hija es conmigo. Mi hija ya sufrió un desapego, una ruptura emocional. ¿Qué vamos a hacer? ¿Vamos a romper otra vez ese vínculo? Mi hija no sabe lo que es lo biológico, no sabe lo que es la sangre. Ella lo único que conoce es el vínculo que tiene, no solo conmigo, sino con mi madre, que es la abuela, con mi hermano y toda mi familia que ha estado desde el minuto cero con esa niña —imploraba esta mamá adoptiva ante el director de Adopciones, Darío Moreira, y la directora de seguimiento del RUA, Olga Castro, cuando el proceso judicial recién empezaba.
—Somos el brazo ejecutor de lo que el juez dice —se excusaba Castro.
—¿Por qué no se contactó al tío? —preguntó, por enésima vez, la mamá adoptiva.
—Bueno, en realidad, tampoco el informe de despeje lo hace Adopciones —contestó Moreira.
Es cierto, hay otra área que trabaja en hacerles seguimiento a los niños con sus derechos vulnerados. En otras palabras: las divisiones del INAU no intercambian información para evitar que los niños a los que dan en adopción anden saltando de familia en familia.
—¿Qué quieren? ¿Otra vez llevar a la niña de acá para allá? ¡No es un paquete, es un ser humano esa niña, es un ser humano! Acá hay una persona chiquita que en el futuro va a ser un adulto. ¿Qué adulto queremos que sea? —preguntaba, retórica, la mamá adoptiva.
Los dos directores intentaban excusarse, y ponían como ejemplo el caso de otro niño que ese mismo día darían en adopción, y que, como sucedió con Itzaé, no sabían si tenía familia biológica que pudiera hacerse cargo. Como pasó en este caso, alguien podía aparecer de repente y reclamar la tenencia.
—¡Realmente, de ese niño que vamos a integrar (a una familia del RUA), no sabemos nada! —le explicaba Castro.
—¡No tenemos ni idea! El niño se va a integrar porque es la orden de la jueza. Y recién ahora van a hacer el informe (sobre su historia) —apoyaba Moreira.
Con la decisión de la Justicia, dicen estos directores del INAU, al organismo solo le queda acatar. Reconocen, entonces, que las familias inscritas en el Registro Único de Adoptantes terminan convirtiéndose, de facto, en familias de paso.
—Se está, de alguna manera, usando, entre comillas, a las familias adoptivas como centros de INAU transitorios —admite Castro.
—¡Eso! —apoya Moreira.
—Lamentable —acota esta mamá adoptiva, a punto de perder a su hija.
—Lamentable, sí —asiente la directora de seguimiento del RUA.
La directora general del INAU, Andrea Venosa, reconoce que en el proceso de adopción de Itzaé hubo errores que derivaron en este descenlace, y que se abrió una investigación administrativa para determinar responsabilidades. Asegura, además, que este es el primer caso, desde que inició esta administración hace unos meses, que empieza como adopción y termina con una revinculación de la bebé a su familia de origen. “Este caso es el punto de partida para cambiar los procedimientos internos”, señala, y refiere, además, a la necesidad de impulsar un debate sobre algunos aspectos del Código del Niño: delimitar mejor qué significa vínculo significativo, cuando se habla de bebés y niños desamparados. Como referencia, las autoridades tienen en la mira experiencias de otros países de la región, como sucede con Brasil. En ese país en estos casos se habla de pluriparentescos: que los niños tengan derecho a no perder ningún vínculo que haya sido significativo en su desarrollo, más allá de la sangre.
Venosa dice también que no se olvidan de esta mamá adoptiva, a quien le ofrecieron apoyo en este desapego forzoso.
Último día del cronograma: entregar a Itzaé a su tío biológicoCon la rutina de las últimas semanas, Itzaé estaba, era evidente, trastocada. Los días que volvía de la salita de Adopciones terminaba durmiéndose ya pasada la medianoche, y no a las 10.30 como era habitual. Se despertaba varias veces en la noche y al otro día temprano ya estaba, otra vez, alerta. Le costaban las siestas. Y parecía tener pesadillas. Itzaé no lo puede contar, porque no habla. Pero sabe expresarse: lloraba dormida, pataleaba en la cuna.
El cronograma establecido por el INAU terminó el 5 de diciembre. Ese día, la orden era encontrarse en la división Adopciones para el reintegro definitivo de Itzaé con la familia de origen, a las 11 AM.
Así que ahí estaban: el tío biológico, la tía política, por un lado; la mamá adoptiva, Itzaé, por el otro. A ellas las acompañó, también, el primo de la bebé, y una amiga de la familia.
Itzaé llegó, como era habitual, aferrada al brazo de quien seguía siendo, para ella, su mamá. La familia que ahora se rompía llevaba tres bolsas grandes: una con los juguetes, otra con ropa, y la tercera con el complemento y la medicación de la bebé.
Ya tampoco era Itzaé: la dupla de trabajadoras que acompañaba el caso nunca la llamó por el nombre que ella reconocía, como la llamaban todos desde que tenía apenas un mes. Ahora la llamaban por su otro nombre. Uno que ella no reconocía.
La nueva familia hacía lo mismo. Ahora iba a usar el otro, el que nunca había usado.
Su mamá ya no era su mamá, su nombre ya no era su nombre.
Cuando llegó el momento del intercambio —la restitución, dicen en el INAU— la tía política quiso hacerse de Itzaé en los brazos, pero la bebé no se dejó agarrar.
—Mariano, agarrala tú —le encomendó la mujer al tío biológico.
Entonces él, dándolo todo, le tiró los brazos, se sacó los lentes de sol y se los mostró para entretenerla.
Ella no lloró.
Tenía la cara impávida, sin expresión.
La mamá adoptiva se fue rápido, con el recuerdo del regalo de los dioses que, a la fuerza, acababa de devolver. Con la misma fuerza que Itzaé se agarraba de su brazo cuando la tenía en el pecho, con la misma fuerza que, ahora, una manito invisible le apretaba el corazón.
*Los nombres usados para identificar a los miembros de las dos familias son ficticios. No así el de los jueces, las integrantes del Tribunal de Apelaciones y autoridades del INAU que actuaron en el caso.
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