El peso de lo afectivo en la militancia política: entre la moral de la izquierda y la identidad histórica blanca y colorada
por Yago De Monzarz, Julieta Molla, Bárbara Schilde y Sebastián Zak, estudiantes de la licenciatura en Política, Filosofía y Economía de la Universidad de Montevideo
En los últimos años se volvió común afirmar que “la política es emocional”. Pero detrás de este nuevo cliché hay algo más incómodo: buena parte de lo que mueve a los partidos, a las militancias y a los votantes no pasa por los programas ni por los números, sino por impulsos mucho más básicos. Somos animales sociales, dependientes de nuestro grupo para sentirnos seguros, para orientarnos y, sobre todo, para distinguir quiénes somos “nosotros” y quiénes son “ellos”. Esa lógica tribal no desapareció con la modernidad, con la ilustración, con el desarrollo, ni con la democracia, sino que simplemente se volvió más sofisticada.
El mundo académico hace rato lo viene estudiando bajo el llamado “giro afectivo”, que colocó a las emociones en el centro de fenómenos como las multitudes, los populismos y las memorias políticas. Hay estudios como el de Arlie Hochschild sobre el Trumpismo en el sur de los Estados Unidos y el de Eva Illouz sobre el populismo en Israel, que indican la variable emocional como la base constitutiva de comunidades ideológicas, y cómo estas moldean un sentido de pertenencia grupal. Pero en Uruguay, un país que suele celebrarse a sí mismo por su sobriedad y mesura, este ángulo sigue sorprendentemente poco explorado. Y, sin embargo, está ahí, en los relatos que ambos espacios construyen para unir a los propios y marcar distancia con los otros.
El motor emocional del FA es, en parte, de origen moral, un nosotros unido contra aquello considerado injusto. Tres sentimientos se repiten una y otra vez: 1) un profundo sentido afectivo del deber con “los de abajo”, ya sea a nivel local en Montevideo o en un lugar tan lejano como Gaza, El motor emocional del FA es, en parte, de origen moral, un nosotros unido contra aquello considerado injusto. Tres sentimientos se repiten una y otra vez: 1) un profundo sentido afectivo del deber con “los de abajo”, ya sea a nivel local en Montevideo o en un lugar tan lejano como Gaza,
Mirar de frente esa dimensión afecta directamente cómo entendemos la política nacional: no solo qué emociones predominan en cada coalición, sino cómo se producen, qué tipo de comunidad crean y cómo moldean la figura del adversario. Como advierte la autora Sara Ahmed, las emociones trazan fronteras, generan vínculos de solidaridad y fijan límites simbólicos entre “nosotros” y “ellos”. Y esas fronteras están muy presentes en la vida partidaria uruguaya, aunque pocas veces las nombramos.
Dentro de la licenciatura en Política, Filosofía y Economía de la Universidad de Montevideo, realizamos una pequeña investigación sobre la dimensión afectiva de la militancia partidaria en Uruguay a partir de la metodología cualitativa de la sociología política. A través de un trabajo de campo en la forma de entrevistas semi-estructuradas y observaciones presenciales, nos encomendamos la misión de desentrañar la poco estudiada variable emocional de la política nacional.
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Del otro lado del espectro político, constatamos que la emocionalidad funciona de manera muy distinta. Los actos del Partido Nacional y del Partido Colorado destacan por el peso simbólico de los líderes, una liturgia política marcada y una memoria institucional más arraigada, producto de trayectorias tan antiguas como el propio Uruguay. Del otro lado del espectro político, constatamos que la emocionalidad funciona de manera muy distinta. Los actos del Partido Nacional y del Partido Colorado destacan por el peso simbólico de los líderes, una liturgia política marcada y una memoria institucional más arraigada, producto de trayectorias tan antiguas como el propio Uruguay.
La política como comunidad o como tradición histórica
Un resumen de las conclusiones de esa investigación básica es el siguiente. En los comités de base del Frente Amplio uno percibe de inmediato que la política no es solo un programa ideológico, es casi una comunidad. Eso se ve en el mate compartido, en las conversaciones que empiezan en política y terminan en preocupaciones barriales, y en esa camaradería que genera un sentimiento de pertenencia palpable. En ese sentido, la militancia se caracteriza por su horizontalidad más que por la figura de liderazgos. El motor emocional del FA es, en parte, de origen moral, un nosotros unido contra aquello considerado injusto. Tres sentimientos se repiten una y otra vez: 1) un profundo sentido afectivo del deber con “los de abajo”, ya sea a nivel local en Montevideo o en un lugar tan lejano como Gaza, 2) esperanza como expectativa de cambiar la realidad, especialmente para las nuevas generaciones, y 3) indignación moral ante aquello percibido como «males sostenidos por intereses particulares». Este entramado afectivo construye un “nosotros” frenteamplista frente a un «ellos» percibido como inafectado por las injusticias sociales.
20241027 Resultados de las Elecciones 2024. Militantes del Frente Amplio, banderas politicas. Foto: Inés Guimaraens
Del otro lado del espectro político, constatamos que la emocionalidad funciona de manera muy distinta. Los actos del Partido Nacional y del Partido Colorado destacan por el peso simbólico de los líderes, una liturgia política marcada y una memoria institucional más arraigada, producto de trayectorias tan antiguas como el propio Uruguay. Si en el FA predomina una movilización más ‘‘moral’’, en la Coalición Republicana se evidencia una identidad partidaria profundamente histórica e institucional y una militancia que se moviliza para proteger valores que perciben bajo amenaza. Entre ellos se destacan: 1) el orgullo por la tradición republicana y liberal del país; 2) la convicción en la importancia del orden institucional; y 3) la admiración por liderazgos fuertes, capaces de encarnar un relato histórico. En ese sentido, la cohesión partidaria surge tanto de símbolos compartidos como de un espíritu confrontativo. El temor al “otro político”, en este caso el FA, y el antagonismo ideológico refuerzan el sentido de grupo.
Diferentes formas de ser militante
Comprender la política uruguaya exige reconocer que las tensiones no surgen solo de ideas contrapuestas, sino también de percepciones del mundo, o ideologías, profundamente emocionales que moldean identidades políticas distintas. Cada bloque alimenta sus propios relatos a través de la socialización de su militancia, al punto de terminar construyendo dos formas diferentes de ser militante y una visión que se tiene del adversario. Esto no significa que todo desacuerdo sea simplemente una construcción discursiva, pues la política es, naturalmente, un reino de confrontación de opiniones. Sin embargo, vivir en una sociedad democrática exige ser conscientes de esta dinámica de antagonización afectiva, que alimenta la sensación de bandos irreconciliables. Es natural tener ideas y prejuicios, porque a través de estos operamos en el mundo; tener ideologías es otra cosa, ya que significa la lógica de una idea que nos encierra en nosotros mismos produciendo un hermetismo antidemocrático. Siendo consciente de esto y de las emociones que nos constituyen, es que podremos superar la engañosa idea de que la política se divide entre “buenos y malos” y recuperar la posibilidad de un diálogo más amplio y más humano.
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