Entre la protección y el comercio: el futuro incierto de los lobos marinos en Uruguay
En la costa uruguaya, frente a Punta del Este y en Cabo Polonio, habitan unas 300.000 especies de lobos finos y leones marinos. Por décadas, Uruguay permitió su captura para exportación a acuarios y parques temáticos, pero la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos evalúa suspender la práctica a partir de 2026. Este año, tres solicitudes de exportación fueron aprobadas, aunque podrían ser los últimos ejemplares en salir del país. La medida responde a la presión de ambientalistas y turistas que ven en estos animales un símbolo de la identidad costera, y al costo reputacional que genera mantener la actividad.
El dilema es complejo: cada macho puede venderse en 48 UR y cada hembra en 65 UR, pero las ganancias económicas ahora contrastan con la necesidad de proteger la biodiversidad y atender la convivencia con pescadores locales.
El ministro de Ganadería, Alfredo Fratti, afirmó: “Vale mucho más empezar a proteger dos especies emblemáticas que generar un incidente en cuanto a ventas”.
Un reportaje de Nicolás Delgado para el Semanario “Búsqueda” detalla la historia, los números y las tensiones que envuelven a estos mamíferos, cuyo futuro en Uruguay pende entre la explotación y la conservación.
En la costa uruguaya, donde el Atlántico rompe contra islotes rocosos y dunas milenarias, habitan dos colonias que condensan historia, biodiversidad y tensiones sociales: la de la isla de Lobos, frente a Punta del Este, y la de Cabo Polonio, en Rocha. Allí conviven unos 300.000 lobos finos sudamericanos (Arctocephalus australis) y leones marinos (Otaria flavescens), especies que atraen turistas, inspiran relatos y generan debates sobre su destino.
Durante décadas, Uruguay habilitó la captura de ejemplares de lobos finos para su exportación a acuarios y parques temáticos. Este año, empresas de Japón, Vietnam y Ucrania solicitaron permisos; tres de esas peticiones ya fueron aprobadas. En los próximos días, técnicos ingresarán a las colonias para llevarse animales que quizá sean los últimos: la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara) evalúa suspender definitivamente la práctica a partir de 2026.
“Con los técnicos estamos analizando la posibilidad de suspender la exportación”, admite Yamilia Olivera, directora de la Dinara. La decisión responde a la presión creciente de organizaciones animalistas, que denuncian el traslado de ejemplares salvajes a destinos de entretenimiento. La contradicción es evidente: mientras Uruguay promociona su imagen país bajo la marca Uruguay Natural, permite aún la extracción de mamíferos de áreas protegidas.
Los números revelan la magnitud y las dudas. Cada macho puede venderse en 48 UR (unos $88.000) y cada hembra en 65 UR (unos $119.000). En 2019 se exportaron 126 ejemplares, la mayoría a China; luego la pandemia y la gripe aviar interrumpieron el negocio. Hoy, el dilema es más simbólico que económico: ¿vale la pena sostener una actividad que deja ganancias menores pero genera un fuerte costo ambiental y reputacional?
La mirada científica complejiza la respuesta. Las poblaciones de lobos finos crecen a un ritmo del 1,5% anual, mientras que la de leones marinos aún se estudia. Pero en el terreno, los pescadores de Cabo Polonio describen otra cara de la convivencia: redes rotas, peces devorados, frustraciones que se mezclan con la certeza de que el turismo —atraído en parte por estos animales— les da vida. “Ya aprendimos a convivir, pero a veces te frustran un poco”, admite un pescador.
En este escenario, el Estado se enfrenta a una encrucijada: entre sostener un negocio de exportación, atender las demandas de los pescadores y responder a la presión de ambientalistas y turistas que ven en los lobos un símbolo vivo de la identidad costera. El ministro Alfredo Fratti lo resumió con franqueza en su visita al Polonio: “Vale mucho más empezar a proteger dos especies emblemáticas que generar un incidente en cuanto a ventas”.
En las arenas del cabo y en la isla que da nombre a los lobos, el debate sigue abierto. Los rugidos graves de los machos, las miradas de los turistas y las expectativas de pescadores y científicos forman parte de una misma escena. El desenlace, todavía incierto, dirá si estos animales seguirán siendo mercancía de exportación o si quedarán definitivamente bajo el amparo de la naturaleza que los vio nacer.
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